lunes, septiembre 15, 2003

Los nuevos demonios
Los verdaderos mutantes, alienígenas, sucubus y demonios de nuestro tiempo, los que acechan ahí afuera, son los diletantes. Están en todas partes, esperando un descuido nuestro para empujarnos al mal paso. Por lo general están en las presentaciones de libros, en los círculos sociales más cercanos, en las tiendas de discos, en las fiestas, en la oficina, entre los amigos de los amigos. Su necesidad de hablar con la gente, de sentir que cuentan (recordemos aquel cuento de Monterroso Uno de cada tres) los lleva al extremo de estudiar cuidadosamente lo que van a decir en cada reunión, los hay, lo sé, lo he visto, que incluso estudian su papel con denuedo. Una novela bien leída, unas reseñas, una noticia cultural, un documental memorizado, una receta extravagante, todo para entrar a formar parte de algo que no los incluirá jamás. No se trata de una actitud snob, se trata de sentido común. Si se quiere vivir entre escritores (no me imagino quien querría hacer esto, excepto, precisamente, los no escritores) se tiene que escribir. Pero el verdadero peligro de la diletancia mundial estriba en que quieren que todos nos quedemos a su lado. No vayan más allá, no me dejen sólo, no avanzen en sus carreras, en sus vidas, en sus grados académicos -parece gritar en su interior el diletante-, llévenme a sus actos sociales y yo diré de todo, opinaré. Es decir, el diletante hará siempre lo que sea necesario para que nos quedemos con él. Es capaz de invitarnos a los espejismos más diversos con tal de distraernos. Cualquiera funciona, cualquier fiesta, cualquier presentación editorial, cualquier cosa con tal de que no vayamos a casa. ¿Por qué? Porque en casa el diletante está, en el peor de los casos, solo, rodeado quizá de algunos libros, algunos discos, algunos cuadros, un poco de todo. Sabe que afuera hay cientos de lugares en los que otros viven sus verdaderas vidas de pintores, de escritores, de músicos, de críticos, malos o buenos, pero siendo lo que han elegido ser, mientras él contempla con amor una novela de su autor favorito y se dispone a releerla. Aunque sabiendo perfectamente que al final no hará nada con su contenido mas que memorizarlo, analizarlo y luego discutirlo en la tertulia que venga. Es triste, con los diletantes me he distraído enormemente, pero también con ellos he crecido y he sostenido muy buenas conversaciones, conversaciones que se pierden en la infinitud de la noche, como un hilo sin tregua.

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