lunes, noviembre 15, 2004

Un escritor más o menos joven me pidió que leyera su tercera y aún inédita novela antes de enviarla a la editorial en laque público dos brillantes libros, uno de cuentos y una novela. Leí con atención el libro y me pareció que su calidad estaba por debajo de lo que el mismo escritor se exigía en sus libros anteriores. Sorprendentes cambios en la profundidad, tesitura, estilo en general y una incomoda necesidad por innovar y mostrar sus conocimientos me hicieron dudar de lo que en realidad se proponía. Le expliqué con toda franqueza, la que suele a veces darnos la amistad pero que también esa misma amistad suele paralizar, que parecía poco urgente publicar este libro y, en realidad, que era poco urgente publicar en general. Entendió claramente lo que le decía y su reacción fue lo que yo no esperaba. Airado respondió por carta que yo no tenía idea de lo valiosa que era su obra, lo original de su propuesta y lo poco preoucpado que lo tenían temas como la fama, el reconocimiento, etc. -aunque no pudo evitar aclararme que no veía nada de malo en que un escritor se preocupe por su imagen, el destino de sus libros y la profesión de escribir como modo de vida.
Decepcionado y dolido le envié el siguiente poema -yo que no escribo poesía yque no pretendo hacerlo- espero que alguien lo disfrute.
We have that urge, that much of pride
Rising hands, clapping at our pairs
Rising pens, pinching our pairs
Spoiled, pretentious
More and more
GIVE IT TO US
A monster
Inside every thought
Luring from the books
A whisper of fire that grows
A burning phantom of ego pursuing public
We are not as good, not as bad, we have that urge

sábado, noviembre 13, 2004

Forseen
Hemos visto el terror. Está cambiando el mundo como creemos que cambió en 1989, y en 1939, y en 1914, sin que los participantes pudieran mirar a la amenaza cara a cara. Pero no es así. Los peligros son siempre evidentes para quien sabe ver más allá. De hecho el problema es que ya los hemos visto, hemos visto el terror y no sabemos si nuestra reacción será la adecuada ni qué cambios arrastra cada una de nuestras decisiones. ¿Cómo atreverse a decidir? No hacer nada es decidir. Pero ¿nos podremos perdonar nuestra falta de visión en el futuro? Propongo la acción pero un compromiso de suicidio en caso de error, un contrato con la muerte por si acaso la invocamos sin querer.


Este es Kierk. Fue dejado en nuestra casa por un hombre que se parecía misteriosamente a Kafka. Nosotros no lo vimos. Fue la portera la que nos describió al individuo. La foto fue tomada cuando llegó a la casa. Ahora es mucho mayor. Dice la portera que el tipo parecido a Kafka merodea por el edificio de vez en cuando. Posted by Hello

viernes, noviembre 21, 2003

Soñé con Kafka. Se me aparecí­a en mi antiguo lugar de trabajo, un canal de televisión cultural. Entendámonos. Una oficina más de la burocracia mexicana que, Dios lo sabe, es vasta y rica. Veía yo la pantalla de la computadora y el rostro con orejas imposibles irrumpía en mi campo de visión. Lo miraba y él me miraba, sin decir nada. Se sentaba en mi escritorio, cruzaba los brazos y miraba al techo. Después de un largo silencio, comprometido por las miradas interrogantes de mis compañeros de trabajo, que no comprendí­an que hací­a Kafka, tan insigne y tan buen escritor, sentado a mi mesa, el autor extendí­a un dedo hacia el cielo y sonreí­a, exactamente como hace el San Juan Bautista de Leonardo Da Vinci, como diciendo: "cualquier imbécil sabe que la verdad está por llegar". Luego se aclaraba la garganta y me hablaba:
-¿Qué se supone que hace usted aquí­?
-Escribo noticias -le respondí­a yo-, cientos, al por mayor.
-Ese es el problema -decía él, aumentando su sonrisa y enseñando un gesto que explica algo así­ como "ya lo sabí­a"-, usted es un burócrata a medias. Cree que hacer su trabajo todo con el mismo grado de indiferencia y mediocridad lo acredita para despreciarse a sí­ mismo, para llamarse un verdadero esclavo de una máquina hambrienta...
-Sí­ -le digo yo.
-Pues no -continúa Kafka-. Lleve usted su trabajo, por ínfimo, despreciable y mecánico que sea, a un nivel de calidad y esmero máximos. Hágalo despreciable y bien hecho y entonces será usted un burócrata digno.
-¿Digno de qué? -le preguntaba yo, cada vez más irritado por las miradas de mis compañeros que seguro pensaban que Kafka se habí­a vuelto loco por dirigirse a mí­, que hacían gestos como diciendo: "pero tú qué le podrías estar diciendo a Kafka, tú qué le puedes contar?".
-Digno de cerrar el escritorio a las seis de la tarde, regresar a casa y abrir el otro escritorio, donde espera ese altero de hojas donde por las noches escribes ficciones.
En este punto Kafka se rí­e. Luego llora. Luego vuelve a reir, pero esta vez me da miedo, parece que está al borde del colapso. Tose, su mano tiembla cuando toma mi pluma fuente y se la guarda en el saco. No piensa ejemplificar nada con mi pluma, se la está robando en mis narices. Me dice despuás que lo siente, que ha querido darme ánimos pero que él sabe y yo sé que la cosa no tiene remedio, que todo está podrido desde el principio, que si alguna vez escribí algo fue para demostrar que lo había­ intentado todo, pero que no tengo remedio, que nunca podré, siquiera, diseñar diagramas de seguridad laboral como hacía el, que por favor deje de excusarme con su ejemplo y acepte que sólo soy un burócrata, que deje de invocarlo en mis conversaciones de cafetí­n y, sobre todo, en mis sueños, que hay verdaderos escritores que lo necesitan por la noches, que la pluma es sólo una módica paga por la tensión psicológica que le he producido y que me despierte de una vez. Un compañero de trabajo rí­e escondido tras una columna, ha escuchado el regaño de Kafka.
Efectivamente, me despierto, debo ir a trabajar, las noticias no esperan, y menos las de caracter cultural. Por más que busco la pluma me es imposible dar con ella.

jueves, noviembre 06, 2003

"Life is like a box of candy... you never know what you're gonna get"
WRONG, Forest.
La vida es como viajar en autobús.
Te subes en determinada parada, la que tienes más cerca, y viajas con los mismos tipos durante un mismo trayecto. Algunos se bajan y miras como se alejan para desaparecer de tu vida para siempre o volverlos a ver, tiempo después, en otro viaje. Otros nuevos suben. Muchos más están abajo, en las aceras, o a los lados, en otros autobuses, (no me digan que el significado de los que viajan en sus propios autos se les escapa, son los que van aislados de los demás y pueden pagarlo). La mayoría de los que están abajo son rápidas sombras que se esfuman como fantasmas en los reflejos de los vidrios. Y tu aprovechas o desperdicias el tiempo, hay quienes van leyendo, hay quienes van soñando despiertos y hay quienes van pensando. Antes era muy común que la gente, en esta circunstancia, se hablar por el menor pretexto, ahor ya no. Luego, llegas a tu siguiente parada. Cerca de ella tienes asuntos pendientes, no sabemos por cuanto tiempo te quedarás por ahí, se trata de algo muy variable, pero cuando has terminado tomas otro autobus, con otros pasajeros y continuas el viaje. Y ya de aquí en adelante todas la analogías funcionan también: a veces te subes en el autobús equivocado, a veces se avería, a veces te asaltan o te ligan o te toca ir parado o se te pasa la parada o te tortean o tienes una iluminación (o una ocurrencia idiota como que la vida es como viajar en autobús) o chocas con otro autobús, vamos, hasta el chofer con su misteriosa capacidad para ser siempre distinto pero a la vez el mismo y por tanto parecerse a Dios, encaja en el símil.
La vida no es una estúpida caja blanca con moño rojo rellena de dulces sorpresas exóticas, es una experiencia cotidiana, casi inercial, un viaje que a veces sorprende, pero que la mayoría de las veces simplemente cumple con su programa, cuidadosamente establecido.

jueves, octubre 09, 2003

Hoy hablaba con Iliana de la irónica relación entre ideología y conocimiento. Si el conocimiento resulta ser parcialmente acumulativo (hay épocas en que en ciertos sentidos regresamos tres pasos mientras que en otros avanzamos también tres), se debe en gran medida a que la ideología imperante en cada época se encarga de dictar el norte de los esfuerzos que se dirigen a la supuesta adquisición del conocimiento. Esto es tanto como decir que generalmente debemos a las "modas ideológicas" lo que se estudia y lo que no, más que a la inercia que, aparentemente, le es propia al conocimiento. El conocimiento, en la más simple de sus acepciones, la que demuestra la naturaleza, es decir, la de prueba y error, sí suele guiarse por una especie de inercia de este tipo, le llamamos evolución. Pero hay que tener presente que en la naturaleza no existe nadie como nosotros (o por lo menos no se ha comprobado que otros seres vivos tengan el grado de conciencia que tenemos), por lo que somos los únicos que podemos aplazar el recorrido que la inercia natural del conocimiento nos exige, en favor de aquel que la ideología nos dicta. He aquí la relación irónica entre conocimiento e ideología. El primero nos permite generar el segundo, que a su vez nos estorba y nos oculta al primero, parcialmente. Entonces es inevitable pensar en lo que ya dijo Carl Sagan, ¿no seremos un accidente de la naturaleza? y yo digo, ¿no seremos el cáncer de la naturaleza, una especie de intrusión insólita de la conciencia que todo lo estorba, lo lleva al barroco, lo deja incompleto?

lunes, septiembre 15, 2003

Los nuevos demonios
Los verdaderos mutantes, alienígenas, sucubus y demonios de nuestro tiempo, los que acechan ahí afuera, son los diletantes. Están en todas partes, esperando un descuido nuestro para empujarnos al mal paso. Por lo general están en las presentaciones de libros, en los círculos sociales más cercanos, en las tiendas de discos, en las fiestas, en la oficina, entre los amigos de los amigos. Su necesidad de hablar con la gente, de sentir que cuentan (recordemos aquel cuento de Monterroso Uno de cada tres) los lleva al extremo de estudiar cuidadosamente lo que van a decir en cada reunión, los hay, lo sé, lo he visto, que incluso estudian su papel con denuedo. Una novela bien leída, unas reseñas, una noticia cultural, un documental memorizado, una receta extravagante, todo para entrar a formar parte de algo que no los incluirá jamás. No se trata de una actitud snob, se trata de sentido común. Si se quiere vivir entre escritores (no me imagino quien querría hacer esto, excepto, precisamente, los no escritores) se tiene que escribir. Pero el verdadero peligro de la diletancia mundial estriba en que quieren que todos nos quedemos a su lado. No vayan más allá, no me dejen sólo, no avanzen en sus carreras, en sus vidas, en sus grados académicos -parece gritar en su interior el diletante-, llévenme a sus actos sociales y yo diré de todo, opinaré. Es decir, el diletante hará siempre lo que sea necesario para que nos quedemos con él. Es capaz de invitarnos a los espejismos más diversos con tal de distraernos. Cualquiera funciona, cualquier fiesta, cualquier presentación editorial, cualquier cosa con tal de que no vayamos a casa. ¿Por qué? Porque en casa el diletante está, en el peor de los casos, solo, rodeado quizá de algunos libros, algunos discos, algunos cuadros, un poco de todo. Sabe que afuera hay cientos de lugares en los que otros viven sus verdaderas vidas de pintores, de escritores, de músicos, de críticos, malos o buenos, pero siendo lo que han elegido ser, mientras él contempla con amor una novela de su autor favorito y se dispone a releerla. Aunque sabiendo perfectamente que al final no hará nada con su contenido mas que memorizarlo, analizarlo y luego discutirlo en la tertulia que venga. Es triste, con los diletantes me he distraído enormemente, pero también con ellos he crecido y he sostenido muy buenas conversaciones, conversaciones que se pierden en la infinitud de la noche, como un hilo sin tregua.

jueves, septiembre 11, 2003

Y la absurda locura de la destrucción. Hace dos años que los norteamericanos la conocen de cerca... pero, claro, no tardaron mucho en hacer películas sobre ella... y nada más. Hace dos años, pero el 12 de septiembre, tuve que volar de Londres a Alemania. Ninguna estupidez vale tanto como para infundir tal pánico en la población. Yo no paraba de imaginar, sumido en la absoluta paranoia, que un loco se pondría de pie, armado con un cutter y se dirigiría hacia la enclenque puerta de nuestra cabina.
Escritura. Nada puede ir más allá. Ni uno mismo ni las sensaciones ni los sentimientos, por que todos acaban en ella. Muy al contrario de lo que suele decirse la literatura sí es capaz de dar cuenta de todo. Son las cosas, por su naturaleza antiliteraria, las que se quedan atrás.